1 de octubre de 2022

Entre las 15:20 y las 15:52 durante una meditación.

Entré en un templo que estaba iluminado exclusivamente por un fuego enorme que rodeaba la gran sala. El fuego no quemaba, estaba vivo y se hizo entender. Su sola presencia me hacía sentir una tranquilidad y sosiego monumental. Una nutricia sensación de estar en casa.

La consciencia que observaba todo esto y que era yo, se identificó con un caballero-soldado moreno con el pelo un poco largo vestido con armadura y capa. Se hallaba cerca de lo que podría denominar como un altar, iluminado por el Fuego Vivo en posición inclinado hacia delante en reverencia, con la rodilla izquierda hincada en el suelo y la derecha apoyada en el pie. Su mano derecha se apoyaba en su espada, la cual a su vez descansaba enclavada en el suelo.

Yo no dejé de ser yo María en ningún momento, pero también era esa consciencia que observaba la escena y el soldado al mismo tiempo.

En un momento dado, ese soldado, que ahora también era yo, se fijó en lo que tenía enfrente. En la parte superior de ese altar, había una especie de sagrario. Una hornacina repujada en oro que se abrió y del cual salió una copa.

La copa salió de su lugar y suspendida en el aire se vertió en ella un chorro de vino y otro de agua salidos de la nada.

Parecía ese un acto simbólico que interpreté como «el milagro de la transformación».

Acto seguido, la copa quizás guiada por ese Fuego Vivo, tomó agua de un lugar más abajo, de lo que parecía una porción de agua emanada del suelo. Entendí que ese acto estaba hablando de la simbología del grial y el agua de la sanación.

Yo, siendo ese soldado, estaba ahora tumbado en el suelo, siendo sostenido de cintura para arriba por un ser hecho del mismo Fuego Vivo que iluminaba toda la sala.

Sus gestos, lo que ese ser emanaba y sus palabras me reconfortaron profundamente.

«Lo has hecho muy bien. Estás cansado mas has llegado hasta aquí. Déjame que te restablezca.»

Y me/le dio de beber de la copa.

Y el simbolismo continuaba. Asistí entonces a la muerte del soldado; o más bien a una transformación en un monje o en un santo. Entendí claramente la metamorfosis por el cambio de indumentaria. De armadura pasó a vestir túnica.

«Muere un soldado y nace un santo.» Me hizo saber una voz en mi interior.

Lo que más me llama la atención ahora que lo escribo, es la «normalidad» con la que “soñé-viví” todo esto. No había ningún pensamiento fuera de lo que estaba observando. Mi atención estaba totalmente focalizada.

Mi/ su atuendo ahora, era una túnica blanco roto, igual que otros que acompañaban a este hombre de Fuego Vivo que atendió al soldado.

A continuación, mi campo de visión cambió radicalmente. La mitad izquierda de mi «pantalla» era totalmente negra y la mitad derecha blanca.

Entonces la oscuridad y la luz empezaron a tomar acción dibujando formas al «entrar» la una en la otra.

Algo en mi interior me hacía entender esa visión como un ejemplo de lo que es la dualidad. Era algo que podía observar y que comprendía perfectamente.

Entendí que para poder observar tenía que tomar distancia y que desde ahí podía entender que las dos formaban parte de lo mismo.

En mi interior resonó…

“Entonces, las puertas se abren”

Y ante mí aparecieron muchísimos seres luminosos. Me invadió una emoción difícil de describir.

Se sobreentendían figuras humanas cuyos centros emanaban un color verde pero que desprendían una enorme luminosidad. Mi emoción escapaba a mi racionalidad. Una clara sensación interior de que conocía a esos seres me sobrecogió y me llenó de una enorme dicha.

El embargo fue muy grande y dejé de verlos. Supe que tenía que gestionar esa «inundación emocional» para poder seguir “viendo”, así que me imaginé entrando en un lago para depurar esa emoción tan fuerte que estaba sintiendo y así pude volver al templo. La imagen hasta ese entonces estaba viva, quiero decir que tenía movimiento; pero de repente, la imagen se congeló y como un único fotograma la conciencia que observaba se fijó en que detrás de ese soldado situado en la parte delantera del altar había otros muchos detrás. Soldados exactamente igual que él pero a diferentes distancias del Fuego Vivo. Todos eran el mismo soldado y diferentes al mismo tiempo. La capacidad para poder verlos estaba relacionada con la distancia a la que estaban del altar. Cuanto más lejos, menos iluminados y menor era la capacidad para poder verlos.

Esta visión me hizo comprender a un nivel muy profundo lo que hasta ese entonces solo entendía intelectualmente. Todo es lo mismo y diferente al mismo tiempo.

Volví a ver de nuevo a aquellos seres a los que terminé denominando “ángeles-cirujanos”. Ahora me mostraban cómo a uno de ellos lo preparaban para irse de viaje. Llevaba una enrome mochila, repleta de todo lo que iba a necesitar. Una escalera apareció y por ella comenzó a bajar. Me cuesta, pero creo que entiendo.

En la parte del templo donde yo estaba, una mujer vestida de blanco con el pelo corto, blanco y liso me saludó radiante. Otro hombre más alto, delgado, calvo y con lo que me pareció un bigote, se acercó. Me trasmitió sin palabras que sentía un gran orgullo por mí, me dio un tremendo abrazo sin dejar de sonreír, henchido y feliz. por último se acercó un hombre mucho más joven, moreno. Se acercó y me saludó, con sentimientos mezclados de timidez, vergüenza y admiración.

Mi embargo fue intenso. Reconocí a esos tres seres como los que me habían asistido y sostenido durante el proceso de sufrir una pequeña embolia pulmonar el día anterior.