Texto inspirado. Recibido el día 27.11.2023.
¿Cuántas veces hemos querido ir hacia atrás en el tiempo y borrar lo dicho o lo hecho?.
¿Qué supone arrepentirse? ¿A dónde nos lleva? ¿Por qué lo experimentamos? ¿Para qué?
Del latín paenitere («tener falta de algo, estar insatisfecho»), con el prefijo re- («hacer de nuevo, repetir»), el prefijo ar- derivado del latín ad- («hacia») y la terminación -se que indica que éste es un verbo reflexivo (o sea, que la acción se aplica sobre uno mismo).
El arrepentimiento nos trae intranquilidad, nos mueve a reparar, a mirar lo que hemos hecho, nos provoca tensión interior, no sólo por el hecho de poder haber infringido daño a alguien, sino por uno mismo, porque en algún lugar de uno se sabe que podía haberlo hecho de una forma más sana, para uno mismo y para los demás.
Es nuestra propia incapacidad la que nos ha llevado a esa situación, nuestra propia ceguera ante lo que hay, el enfrentamiento con la no aceptación de lo que la vida nos quiere decir en ese momento, la imposición del la voluntad del ego, del yo separado del AMOR.
Y todo es correcto, fantástico, siempre se hace la voluntad, siempre, porque voluntad es movimiento y las leyes nos enseñan que no existe el estado parado, ya que la energía ni se crea ni se destruye, se transforma, la Vida es una y eterna.
Pero todo lo que provenga del alejamiento de Uno mismo nos provoca intranquilidad, sensación de vacío, ganas de volver la vista atrás, una insatisfacción que hace tener ganas de repetir la jugada para ver si se consigue un resultado mayor, no mejor, sino mayor, más incluyente, tolerante, sabio.
En ocaciones estamos tan cegados de nosotros mismos que a pesar de estar pasándolo mal, a pesar de que las fuerzas ejercen todo su poder en nosotros, decimos que no nos arrepentimos de lo hecho.
Si que nos arrepentimos si, porque si pudiérmos, iríamos atrás en el tiempo y lo haríamos de otra manera, pero lo que no comprendemos es que el pasado y el futuro es lo mismo, la cabeza y la cola del oroborus que se tocan en el presente.
Lo pasado existe porque nada se crea ni se destruye, siempre vive, pero lo hará con la frecuencia que nosotros le instalemos. La energía que creamos en aquel momento puede ser modificada por nostros e instaurarse de una forma más gentil, ordenada, amable y amorosa.
Reordenar la energía de esta manera nos otorga más energía aún, porque nos vuelve más sabios, más cercanos a la Unidad, a la Fuente.
Pero el ego embriagado de sí mismo se retuerce antes de dar el brazo a torcer y nos lleva a la confusa idea de que: total… ¿para qué? Si no sé hacerlo de otra forma, si total no va acambiar nada, si…bla, bla, bla, bla…
Diabolus, préstamo del griego, significa en origen, el que lanza algo a través o entre otros, de ahí el que separa, el que divide, el que desune.
E ahí el enemigo del hombre dentro de su propia conciencia, exactamente en perfecto equilibrio de lo que también es, su propio ángel guardián, que le recuerda una y otra vez, que la vida es eterna y que las experiencias sólo existen ahora. La vida nos encamina hacia el reconocimiento de lo que somos, la unión de sus partes, la consciencia que observa, el accionador consciente de sí mismo.
María Garrido Garrido.
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