2 de octubre de 2022
Cerré mis ojos y me sumergí en mi lago.
Nadé un rato sintiendo como sus aguas me limpiaban.
Llegué cansada a la otra orilla, pero con muchas ganas de aprender.
La otra orilla del lago me mostró un lugar verde, frondoso y natural con una casa de dos pisos, acristalada, sin puerta en su planta baja y sin escaleras de acceso a la planta superior donde sí había una puerta abierta.
Al pie de su pared principal me preguntaba cómo podría ascender hasta la plata de arriba.
Entonces, una escalera de cuerda y travesaños de madera se descolgó desde la venta principal de la planta superior. Intenté trepar por ella pero en seguida se descolgó.
Me quedé un rato allí, pensando sobre mi voluntad de entrar en la casa y mi voluntad de aprender.
En ese momento comencé a elevarme. Ascendí hasta la cristalera de la segunda planta donde observé la sala donde un maestro hablaba a tres alumnos. El me vio pero no inmutó su gesto.
Entré por la puerta y me recibió con talante.
Adelante. Hay un sitio para ti. Llevamos un rato esperándote.
Hablábamos sobre la sobre la integridad.
El ser humano no comprende aún el verdadero significado de ser integral.
En mi cabeza aparecía la imagen de la planta del trigo. ¡Claro! pensaba yo… está entero…
Cuando un hombre o una mujer piensa de si mismo o de otro que es íntegro, está pensando en que es una persona honorable, que es coherente con lo que piensa, siente y hace; pero ser íntegro se refiere a ser completo; a que no le falta nada.
Y el ser humano aún está lejos de estar completo.
El trabajo en la dualidad tiene como objetivo comprenderla y trascenderla. Ese es el trabajo de alcanzar la integridad y nada tiene que ver con honores ni reconocimientos.
Cuando la integridad se instala, los honores y los reconocimientos ya no son necesarios.