El día que descubrí el valor de la alegría

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Cuando empecé a conocer a la que hoy es mi pareja, lo que más me llamó la atención era su enorme facilidad para sacarme una sonrisa. Esa siempre fue y será una de sus grandes bazas conmigo.

Recuerdo una ocasión en la que estábamos en el coche yendo a no sé dónde. Debía de ser una comida o una cena porque íbamos bastante arreglados. En esa época, no me acuerdo cuántos años llevábamos juntos, pero ya nos conocíamos bastante bien. Y allí estábamos, él conduciendo y yo echándole una bronca descomunal. Realmente era una situación bastante extraña porque yo no soy muy dada a esas situaciones con nadie; pero en esa ocasión fue así. Él callaba y escuchaba, mientras yo exponía muy seriamente mis opiniones al respecto. La verdad es que ni siquiera recuerdo por qué estaba tan enfadada; eso sí que me suele pasar; no acordarme de las razones de mis enfados y diré que tampoco me esfuerzo en buscarlos. Una gran amiga me dijo en una ocasión que la razón es porque soy una mujer muy práctica. Supongo que una parte de mí, entiende que eso que momentáneamente me desequilibra, en realidad, no es tan importante.

Bien, pues ese día, yo a lo mío con mis explicaciones y él con su chubasquero aguantando el chaparrón. Y, de repente, así, sin venir al caso y esto de verdad que te lo vas a esperar mucho menos que yo en aquel momento, sonó un estruendo enorme. El tiempo se paró y los dos nos quedamos mudos de repente. Acto seguido explotamos a reír de una manera tal que tuvimos que parar el coche. 

Después de estar un buen rato desternillándonos de la risa, poco a poco empezó a hablar.

-Lo siento, de verdad, no lo pude evitar. Si es que tienes toda la razón del mundo pero es que se me escapó. No sé cómo pudo ocurrir, pero de verdad que te estaba tomando en serio, eh?

Yo seguía sin poder parar de reír. Su cara entre espanto y bochorno fue tan… no sé cómo clasificarla la verdad… Me era totalmente imposible parar. Creo sinceramente que el pobre estaba reteniéndose tanto que de alguna manera tuvo que explotar.

La carga negativa de mi bronca se fue de un plumazo. Nada de aquello importaba. La risa había roto completamente la espesura del ambiente. 

Ese fue el día que descubrimos el valor de la alegría. 

Hasta el día de hoy hemos aprendido que un chascarrillo a tiempo es muy útil para no llegar a lugares donde no nos gusta ir. Poco a poco, pasó de ser una herramienta a una habilidad para mí y personalmente fui capaz de extenderla al resto de mis relaciones. 

Esa es una grata manera de pasar por alto errores que en realidad no lo son, puesto que las relaciones solo nos aportan experiencias y nuestro mayor reto es aprender de ellas, nos hagan estas sentirnos bien o mal.

María M. Garrido

2 comentarios

  1. Míriam Naveira Dono

    Cómo somos eh….al leer lo del estruendo dije «un trueno! un accidente!!»
    Y «sólo» era aire… jajaja
    Y yo ya buscando el hipermegaconflicto que te iba a enseñar algo….ainsss….
    <3

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