La voluntad implica siempre movimiento, un impulso, un deseo, un querer… y ese movimiento primigenio es siempre lo primero.
Si tenemos en cuenta la totalidad y no sólo aquello que podemos detectar a simple vista, podemos deducir que no existe el estado parado. Nada permanece eternamente inmóvil.
Si pensásemos en algo muerto, como un cadáver, por ejemplo, podríamos pensar que está quieto, pero en realidad no es así, pues todo está en continuo cambio y transformación.
No hay nada sin movimiento, nada podría existir ni manifestarse si no existiese esa energía de acción.
Aparentemente podríamos pensar que alguna persona, o incluso en que nosotros mismos no poseemos voluntad, pero es tan evidente ese don y tan miope nuestra percepción, que no nos damos cuenta de que incluso podemos ejercer nuestra voluntad al desear no hacer nada. ¿Estaríamos en ese momento ejerciendo nuestra voluntad?
Esta mañana durante mi meditación me venía a la mente un personaje conocido en el mundo de la espiritualidad que terminó sus días en la cárcel. Sin duda, defraudó a miles de personas, pero apareció como un claro ejemplo de alguien que ejerció su voluntad de forma férrea.
Otra cosa es…
¿Qué queremos hacer con esa energía?
Todo está en continuo movimiento y transformación y por tanto también lo está nuestro desarrollo espiritual; es un proceso en espiral ascendente que va desde la ignorancia hacia la sabiduría, de la oscuridad a la luz, desde la inconsciencia hasta la consciencia.
Al principio, al encontrarnos sumidos en la oscuridad, confundimos los términos que poco a poco, con la luz, van tomando tonos cada vez más brillantes.
La nota base de nuestra canción es el beneficio. Primero entonamos exclusivamente el beneficio propio, después caemos en el espejismo del beneficio ajeno olvidándonos de nosotros mismos, y finalmente llegamos a la agudeza de saber que lo que es bueno para mí lo es para los demás y viceversa, porque “uno mismo” es “todo lo que es”.
Inicialmente consideramos que dirigirnos únicamente hacia nuestro beneficio personal es lo que nos va a dar satisfacción. Nublados por las brumas de la ignorancia, creemos que eso nos dará la felicidad. Al principio, alguno ni siquiera se dará cuenta de que esa supuesta felicidad no es lo que realmente significa ese gran anhelo que todos ansiamos.
La gratificación que produce la acumulación de dinero, de poder, de vanagloria, quizás creamos que nos puede traer gozo, mas ni siquiera nos damos cuenta del conflicto en el que nos introduce.
¿Acaso una persona con enorme poder y dinero está exento de preocupaciones?
Más bien es una persona que ha de preocuparse por absolutamente todo, ha de ejercer un férreo control sobre todo lo creado para no perderlo, hiper vigilante ante posibles traiciones, maquinando amenazas útiles exclusivamente para hacer infranqueable su propia jaula de oro y cristal.
Leyendo un artículo sobre el tema, se referían a la voluntad como la joya de la corona de la conducta, que una voluntad educada conseguiría cualquier deseo que se plantease, y que junto con el intelecto formaba un tándem ideal.
Hasta ahí estoy completamente de acuerdo, puesto que habiendo fuerza de voluntad e intelecto se puede conseguir cualquier deseo sea este “claro” u “oscuro”.
Más adelante introducían un tercer aspecto, pieza esencial para dirigirnos hacia lo mejor. La afectividad. Pero yo me pregunto ¿lo mejor para quién?.
Aquí llegamos al punto de desacuerdo, pero que esté en discrepancia no significa que lo rechace, sino que pongo algo más encima de la mesa.
Entiendo a qué se refieren con “lo mejor”. No se refieren a lo deseable exclusivamente para la persona, sino que aluden a lo que yo denomino como “lo bueno”, que no es la polaridad de lo malo.
“Lo bueno”, es lo que se alcanza cuando tratamos de superar la polaridad y los juicios, es algo que está más allá.
La voluntad es un don porque es algo intrínseco e inherente a Todo lo que es.
María Garrido Garrido.
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