
A los que somos muy mentales y estamos en esto de intentar ser conscientes, nos encanta revisar nuestros pensamientos. Pero ahondar en cuáles son las creencias que nos han llevado a que nos ocurra lo que nos tocó experimentar, no es lo mismo que analizar qué ocurrió en realidad. La diferencia no es tan sutil como parece a simple vista, pero es clave para que el análisis sea fructífero.
Hemos encontrado una fórmula para el crecimiento personal, pero ¿tenemos en cuenta las ideas sobre nosotros mismos de las que partimos para hacer ese estudio?
Una creencia central es una idea preestablecido, una premisa básica consciente, porque la vemos, pero de la que no nos damos cuenta que nos está condicionando. Es como tener un mueble que no usamos, o que está viejo en nuestro dormitorio, pero al que no le prestamos atención porque ya forma parte del paisaje.
Por ejemplo, he discutido con mi madre y me quiero parar a analizar para qué me habrá ocurrido esta experiencia, ¿qué me querrá decir la vida con esto? ¿de qué parte de mí estamos hablando? Y sin darnos cuenta analizamos con ideas centrales preconcebidas que encierran un juicio sobre nosotros mismos o sobre el otro y que no nos van a ayudar a ver con claridad.
“Soy demasiado mental, yo no siento, no sé, me queda tanto que aprender, es tan difícil dejar que te vean, la gente hace daño, las personas traicionan, son ignorantes…”.
Todas estas ideas que pululan por nuestra cabeza nos colocan en un puesto de salida pre-condicionado. Observemos todos los límites que encierran estos pensamientos.
Si digo que soy demasiado mental, sin darme cuenta estoy haciendo un pre-juicio sobre mí. Lo que es demasiado no está bien porque sobra. Si considero como punto central en mi vida que soy demasiado mental, entonces no dejo espacio al resto de mí para ser.
Si creo de mí que no siento, por supuesto, está mal, porque los humanos tenemos que sentir, sino no somos humanos. Lo que no me estoy dando cuenta es que permanecer en esa idea, está creando, porque lo estoy creyendo firmemente, que no sienta. Estoy viendo la silla vieja y desvencijada, pero me sigo sentando en ella para analizar.
La idea central que asevera, “me queda tanto por aprender”, me posiciona en la idea de que no sé lo suficiente para hacer lo que tenga que hacer. Nada más un enredo del ego para bloquear. Cierto es que siempre podemos aprender, pero seguramente sabes mucho más de lo que crees. Posicionarte ahí abajo, sólo hará que puedas observar el resto del mundo desde ahí abajo.
Tú lo crees, tú lo creas.
“Ciertamente creo que es difícil acercarse a las personas”, y me da un poco igual si es porque la gente traiciona, miente o soy un poco más condescendiente y considero que es ignorante, el caso es que es culpa de los demás y por eso no me acerco ni me relaciono. De lo que tampoco me doy cuenta es que soy yo el que crea esas dificultades de acercamiento. Si considero a las personas así, eso es lo que me voy a encontrar. ¡Y claro que la vida te lo reafirma!
¡porque tu mundo exterior es el reflejo de tu mundo interior!
Pero… ¡¡es que es verdad que la gente es mala y traiciona!!
Sin lugar a dudas, esa es una idea central consciente que pasa como verdad porque la has confirmado muchas veces, pero lo único que realmente está indicando eso, es que esa creencia está muy anclada en ti.
¿Cómo puedo saber si me encuentro ante una creencia central que supone un cristal sucio por el cual es mejor no mirar?
Porque la experiencia que tengo cuando hago el análisis es de malestar.
Si me pongo a razonar sobre la discusión que acabo de tener, sobre la mala cara con la que mi marido me mira, o sobre las quejas constantes de mis hijos, y el análisis me provoca malestar, es porque estoy partiendo de una creencia central sobre mí: limitada, desviada, sucia, no amorosa.
Siempre hacemos nuestras reflexiones desde nuestro ego, la parte de la mente que enfoca, pero ¿a qué punto de nosotros está enfocando ese ojo?
Si el análisis que haces sobre tu realidad no te trae alivio y comprensión, si no te hace experimentar que en cada momento puedes ser un poco más y más grande, un poco más generoso, más ecuánime, más comprensivo, más amoroso, lava las lentes con las que estás mirando y revisa tus creencias centrales. Tómate un tiempo para escribir qué ideas tienes sobre ti mismo y reinicia.
No es cuestión de no tener creencias, porque son fundamentales para la creación, pero recuerda que los tonos que tengan tu paleta serán los colores de los que partes para poder crear tu cuadro.
María Garrido Garrido.
Deja una respuesta